La lengua absuelta

25/May/2011

El País, Ruben Loza Aguerrebere

La lengua absuelta

Editorial 
25-5-2011
Ruben Loza Aguerrebere
Joseph Brodsky madrugó para todo. Joven sintió el llamado de la vocación, ganó el Premio Nobel de literatura a los 47 años, y murió a los 55. Quiero recordarle a quince años de su adiós porque es una de las grandes voces de literarias, y modernizó las letras rusas.
Nacido en 1940 en Leningrado (hoy San Petersburgo), a los 15 años comenzó a escribir sus textos y a trascender fronteras. En 1964 fue sometido a juicio por el Estado soviético por “parasitismo social”; entonces se atrevió a decir a los jueces que la poesía era “un don divino”. Fue condenado a trabajos forzados por cinco años. Así dice un pasaje del acta condenatoria (del 18 de febrero de 1964): “En 1961 y 1962, los órganos del MGB (la KGB de la época) le había advertido. El prometió tomar un empleo regular, pero no cumplió lo acordado y continuó escribiendo y leyendo poesías decadentes. De los informes resultantes de comisiones de trabajo de los jóvenes podemos deducir que Brodsky no era poeta”.
Gracias a la presión de intelectuales del exterior fue liberado antes de cumplir toda la condena. Las obras de Joseph Brodsky, que circulaban clandestinamente, retrataban al régimen soviético de su tiempo. Hablaba de hombres que sabiéndose mortales defendían sus creencias de una vida eterna. Por estas palabras y por el miedo que ellas inspiraban, fue expulsado por el gobierno de la ex Unión Soviética, en 1972.
Durante su exilio, vivió en Viena y en Londres, hasta que hacia 1974 se trasladó a los Estados Unidos, donde dio clases de literatura en diversas universidades. Hacia 1977 se hizo ciudadano estadounidense. Tradujo sus propias obras del ruso al inglés. Y escribió sus nuevas obras. Son libros espléndidos como “Menos que uno”, las estampas venecianas de “Marca de agua”, los ensayos “Del dolor y la razón”, entre los más conocidas.
Considerado “un escritor majestuoso” por el “New Yorker”, ganó el Premio Nacional. Fue miembro de la Academia y también del Instituto de Artes y Letras de Estados Unidos.
Y en 1987 ganó el Premio Nobel de literatura.
Al recibir este galardón su discurso alcanzó momentos luminosos: rindió homenaje a sus poetas queridos (Mandelstam, Marina Tsvetaeva, Anna Akhmatova y Auden) y señaló que: “la estética es la madre de la ética”. Y dijo: “Aquella generación -la generación que nació precisamente cuando los crematorios de Auschwitz estaban trabajando a todo tren, cuando Stalin estaba en el apogeo de su deiforme, absoluto poder, que parecía patrocinado por la Madre Naturaleza- aquella generación vino al mundo, apareció para continuar lo que, teóricamente, se suponía debía interrumpirse en aquellos crematorios y en las fosas comunes anónimas del archipiélago de Stalin. El hecho de que no todo fue interrumpido, por lo menos no en Rusia, puede acreditarse en gran medida a mi generación, y no estoy menos orgulloso de pertenecer a ella de lo que me siento por estar parado aquí, hoy”.
A quince años de su adiós nos acompañan vivos sus magníficos libros sobre la libertad, la risa, la pena, lo bello, el sueño, la esperanza y “la necesidad del regocijo”.